Redacción / Boom Fm
Chiapas.-En tiempos donde el récord y la competencia suelen asociarse con la velocidad o la tecnología, el pequeño municipio de Berriozábal, Chiapas, ha demostrado que la gastronomía también puede ser un escenario de grandes hazañas. El pasado 18 de septiembre, este rincón del sureste mexicano logró inscribirse en los Guinness World Records con la creación del taco más grande del mundo, una proeza que no solo destaca por su magnitud física, sino por el esfuerzo comunitario que la hizo posible.
La escena del logro fue el parque central de Berriozábal, donde desde las 10 de la mañana comenzó el desfile de ingredientes, manos trabajadoras y un espíritu colectivo que solo se ve en momentos tan especiales. Lo que se construyó no fue solo un taco de 110 metros de largo y 73 kilos 700 gramos de peso, relleno del icónico cochito chiapaneco, sino un símbolo de orgullo para la región.
¿Pero qué implica esta hazaña en un país donde la gastronomía es un pilar cultural? Más de 200 personas, incluyendo a cocineros de 70 restaurantes locales y estudiantes de gastronomía, se unieron en una coreografía culinaria para crear este coloso de sabor. Una tortilla especial, diseñada específicamente para soportar las dimensiones titánicas del taco, se desplegó como el lienzo de una obra maestra que llevó a Chiapas a la cima de la fama gastronómica mundial.
No es la primera vez que este estado sureño figura en las páginas del famoso libro de récords. Anteriormente, Chiapas había obtenido el título del queso de hebra más grande del mundo, un reconocimiento que este mismo año le fue arrebatado por el estado de Oaxaca en los festejos de la Guelaguetza. Pero lejos de desanimar a los chiapanecos, esta pérdida fue el catalizador que los llevó a replantear cómo podían volver a destacar, esta vez con un platillo más cercano al corazón y al paladar de todos los mexicanos: el taco.
El Colegio de Ingenieros se encargó de certificar que el tamaño y el peso del taco cumplieran con los estrictos estándares de Guinness, supervisando cada detalle para garantizar que Chiapas recuperara su lugar en el mapa mundial de los récords. Y así fue. Pero más allá de los números y la certificación oficial, este evento resalta algo más profundo: la capacidad de organización, el compromiso y el talento de una comunidad que, cuando se lo propone, es capaz de cosas extraordinarias.
En un mundo donde las noticias suelen estar plagadas de problemas y divisiones, eventos como este nos recuerdan que la cultura y la tradición también son terrenos fértiles para la grandeza. Chiapas ha puesto en alto su nombre y, con él, ha demostrado que no hay meta inalcanzable cuando el trabajo en equipo, la pasión por la cocina y el amor por la tierra se combinan.
Este récord no es solo de Chiapas; es de todos aquellos que creen que la comida, más que un acto de consumo, es una forma de unir a las personas, de contar historias y de dejar una huella que perdure mucho más allá de la mesa.